La ciudad de Puebla, un rincón de México con su herencia colonial y encanto histórico, solía esconder entre sus calles empedradas un secreto oscuro. Aunque muchos preferían no hablar de ello, los rumores se susurraban en los rincones más sombríos de la ciudad. Y yo, Martín, un periodista en busca de la verdad, no podía resistir la llamada de la misteriosa historia que acechaba en la penumbra de la urbe.
Fue en una noche de oscuridad insondable y tormenta implacable que decidí enfrentar mis miedos y explorar el rumor que había llegado a mis oídos. Me dirigí hacia un lugar que se susurraba solo entre los valientes y los insensatos: "La Casa de los Lamentos."
La mansión, con su fachada de estilo colonial, se erguía como un monumento a la decadencia, sus ventanas rotas y sus puertas oxidadas parecían advertir a cualquiera que se acercara. Armado con una linterna y mi valentía vacilante, crucé el umbral y adentré mis pies en la penumbra.
Los pasillos de la casa ancestral crujían bajo mi peso, y el viento siseaba con voces extrañas mientras avanzaba. El aire estaba frío, pero no por el clima, sino por la oscuridad que parecía emanar de las paredes mismas. Los murmullos ininteligibles llenaban el espacio, y mi corazón latía con la cadencia de la inquietud.
Seguí los susurros hasta llegar a una puerta cerrada con un candado oxidado. Con un nudo en la garganta, saqué mis ganzúas y forcé la cerradura. La puerta se abrió con un chasquido lúgubre, revelando una habitación lúgubre y espeluznante.
Ante mis ojos se extendía una pesadilla tangible: antiguas celdas de tortura y artilugios siniestros llenaban la estancia. La atmósfera se saturaba con la opresión de la maldad que había sido infligida allí. Los lamentos de los condenados se hicieron más nítidos, sus historias de sufrimiento eterno llenando mis oídos.
Aterrorizado, di media vuelta para huir, pero la puerta se cerró con un estrépito, atrapándome en el macabro sepulcro de horrores. Las sombras en la sala comenzaron a retorcerse y tomar formas grotescas, susurros lacerantes llenaban mi mente con imágenes macabras.
Me desplomé de rodillas, sintiendo cómo mi cordura se deshilachaba como un viejo tapiz. Las almas condenadas me envolvieron, y la demencia se apoderó de mí.
Nunca volvieron a ver a Martín en Puebla. La leyenda de "La Casa de los Lamentos" persistió, y la ciudad siguió guardando su oscuro secreto. Una advertencia a todos los que buscan respuestas en la oscuridad, recordándoles que el verdadero terror a menudo yace donde menos lo esperas, listo para atrapar a los incautos que se aventuran demasiado lejos en las sombras.
Elaboró: ACCEPTI CONTADORES S.C.
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